Cierta vez, una maestra de tercer grado tuvo que salir por un rato del aula para acompañar a un alumno a la Dirección, porque se sentía mal. Antes de hacerla, explicó a los chicos y a las chicas que se iban a quedar solos y les pidió que se quedaran sentados en sus lugares terminando de copiar la tarea, sin levantarse ni hacer lío.
Tomó esa precaución, porque iba a tardar un poco, ya que la sala de la dirección quedaba justo en el otro extremo del colegio (casi una cuadra de distancia). Menos mal que así lo hizo, porque, además, tuvo que perder más tiempo. Cuando llegó a la dirección, se encontró con que la puerta estaba cerrada con llave y que no había nadie. Entonces, subió al segundo piso hasta la sala de la vicedirectora, golpeó la puerta y, por suerte, la halló en su escritorio mirando unas carpetas.
- Permiso, señora Leonor, la interrumpo, porque este nene se siente mal; está mareado, le duele la cabeza y tiene ganas de vomitar. Convendría llamar a los padres.-Muchas gracias, señorita Graciela. No se preocupe que yo me encargo dijo la vicedirectora. Solucionado el problema, rápidamente la maestra bajó corriendo las escaleras y volvió al aula.
Al entrar, se quedó petrificada por lo que vio. Ni se lo imaginaba. Todos estaban sentados y en perfecto orden. Inmediatamente, felicitó a sus alumnos por la responsabilidad con que habían obedecido la consigna y por la disciplina que habían logrado mantener. Los chicos se miraron unos a otros, y uno de ellos se puso de pie y dijo:
-No nos felicite, Graciela, no lo merecemos; en realidad, no nos portamos bien. Algunos estábamos preocupados, otros aburridos y nos pusimos a hacer lío. -En ese momento, nos acordamos de algo que nos contó la catequista y decidimos hacerla. -Le pedimos a Carlitos que se quedara en la puerta para que nos avisara cuando usted volviera y mientras tanto, cada uno hizo lo que quiso. -Claro, hicimos como nos enseñó la catequista; cuando Carlitos la vio venir por el pasillo nos hizo una seña y todos nos volvimos a sentar en nuestros lugares tal como usted nos encontró-dijo otro.
-¿Cómo? ¿Qué les dijo la catequista? ¿Eso les enseñó? No lo puedo creer-preguntó la maestra asombrada. -Sí, nos leyó un pedacito de la Biblia que enseñaba a los empleados de una casa a estar atentos porque no sabían cuándo iba a volver el dueño. Como nosotros tampoco sabíamos cuándo iba a volver usted, se nos ocurrió hacer lo que le contamos para que no nos tome de sorpresa su llegada y estar preparados.
¿Estás listo para Él?
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