¡Verdaderamente, ha resucitado el Señor! ¡Ha resucitado y estamos alegres!
Pero no se trata de una alegría hueca... Celebramos porque tenemos memoria y recordamos lo que ha pasado...
Que "Jesús, pese a ser Hijo, aprendió sufriendo a OBEDECER". Y así se nos entregó, en cuerpo y sangre que libera, en Pan y en Vino, en un nuevo "nosotros", en servicio humilde, en amor desproporcionado... Y que así nos "eucaristiza" también a nosotros: llamados a hacer lo mismo, a sabernos escogidos, bendecidos, rotos y entregados....
Que la cruz es lugar de FIDELIDAD máxima, pues la encarnación iba en serio... y el Siervo fue despreciado, maltratado... hasta derramar la sangre y entregar el espíritu. Que ante el sufrimiento que puede engendrar violencia o llegar a derribarnos... existe la posibilidad de acogerle y transformarle, de que nuestras heridas curen a otros. Como Él, fiel hasta el final...
Que el vacío y el hueco que queda cuando Dios no está es de auténtica SOLEDAD. Pero es que Él desciende a los infiernos, a nuestras muertes... para buscar a las "ovejas perdidas", agarrarnos de las muñecas y levantarnos: "Salgamos de aquí, porque tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona".
Y que no sirve buscar a un muerto... ¡porque Cristo ha resucitado! Es resurrección que necesitamos y con ella la posibilidad de situarnos en la realidad y en la historia desde la VIDA.
A los discípulos se les notó el cambio... Por su alegría, porque espabilaron, porque se movieron... Lo que ocurrió lo conocemos por sus efectos. Queremos que esta PASCUA CONTEMPLATIVA, también genere en nosotras nuevas actitudes...
¡Ah! y agradecemos estos días de descanso e intimidad...
De puertas abiertas para compartir mesa y liturgia...
De mirar y dejarnos mirar, contemplar y actuar...
Y gracias también a Rosa Ruiz, por prepararlo y acompañarnos.
¡FELIZ PASCUA! ¡y feliz memoria!
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