Igual que si los hombres, de golpe,
se sintieran
con la vida en las manos, detenida,
como un reloj callado y a la espera.
Como si Dios
tuviera que esperar un permiso…
Tu palabra sería la segunda palabra
y ella recrearía el mundo estropeado
como un juguete muerto
que volviera a latir súbitamente.
Tú pondrías en marcha, otra vez,
la ternura…
Tu corazón se abría como una playa
humilde, sin diques fabricados,
Y en la arena sumisa de tu carne
El mar de Dios entraba enteramente.
P. Casaldáliga
No hay comentarios:
Publicar un comentario